jueves, 1 de marzo de 2018

Bicis, viajes y un camioncito. Mi experiencia en el ciclismo urbano, Parte 1.

Érase una vez...

Comencé a ser un usuario frecuenté del paseo Múevete en bici de la CDMX por ahí de octubre o noviembre de 2007. La verdad que no lo recuerdo muy bien. Al principio, mi interés solamente consistía en hacer ejercicio (estaba en la etapa de mi vida en la que la vigorexia me obligaba a realizar ejercicio en cualquier parte: subiendo escaleras con la parte distal de los pies, trabajando los tríceps en la silla del escritorio, levantando la taza de café para fortalecer los bíceps, etc.). Un tramito del recorrido lo hacía en bici y el otro corriendo.

Por cuestiones laborales y cambios en la vida personal, dejé de asistir al paseo (no así mi vigorexia). Si bien cada domingo extrañaba dar 'el rol' por Reforma y sus inmediaciones, la comodidad de dormir hasta tarde (bien tarde, aclaro) lo compensaba (la jornada de trabajo era dura).

Mi bicicleta de uso por aquel entonces era una Turbo Inixia rodada 26 de acero: pesada, lenta para la ciudad (con llantas gruesas, de esas que son útiles para la montaña pero no para el pavimiento) y con un mantenimiento casi nulo (por aquel entonces no sabía con qué frecuencia había que darle mantenimiento a una bicicleta). Mi querida Inixia solamente la utilizaba para ir al gimansio, ir por las tortillas y pasear, aspectos que en ese estado mínimo de existencia (¡vamos!, podía rodar -->  ergo, tenía valor de uso), cubría muy bien.

El tiempo pasó y mis intereses fueron cambiando así como el lugar de mis actividades. Mi Inixia fue cada vez menos utilizada: conseguí un gimnasio más cercano, iba por las tortillas caminando y, como mencioné, dejé de ir al paseo ciclista (ya ni paseaba por la colonia siquiera). El aire de sus llantas se escapó poco a poco, el óxido apareció en la cadena, platos y mutiplicación; la poca grasa que lubricaba sus partes móviles se fue llenando de polvo como el resto de sus partes... mi Inixia pasó al olvido.


El camioncito y yo. 


Por necesidad laboral, debía trasladarme unos 20 km todos los días de mi hogar (por aquel entonces) al trabajo. 10 km de ida y 10 km de regreso. De eso hace unos seis años aproximadamente. Para ello, tomaba un camioncito bastante eficiente (el llamado 'Bicentenario') que recorría esos 10 km en un tiempo menor al que hacía (o hace, no lo sé) la versión privada de camiones (el Bicentenario es gestionado desde el gobierno de la CDMX). El problema del 'Bicentenario' era el enorme tiempo que había que sacrificar para esperar a que llegara (casi siempre lleno). Verlo alejarse cuando uno estaba a escasos 10 metros de distancia de llegar a la parada (corriendo, exhausto, dejando el hígado pues), era un sentimiento similar a la decepción amorosa de la adolescencia. Si no lo tomaba en tiempo, lo mejor era buscar otra alternativa de movilidad (la versión privada o el metro, y "nada más").

¿Cuál era el tiempo de recorrido del Bicentenario de esos 10 km? Variaba en función de la hora (por el tráfico). Por ejemplo, si los astros se alineaban y al llegar a la parada encontrase el camioncito esperando, si fuese un instante de la hora del día en que no hubiese tráfico (que solo sucedía en domingo) y si no existiese ningún tipo de contingencia (alguna obra, auto descopuesto o lo que sea), el recorrido podía ser de 25 minutos. Si los astros no se alineaban, el recorrido podía ser de hasta 2 horas y media.


El reencuentro... 


Un buen día (gracias a la vigorexia, que persistía estóicamente), decidí renovar mi bicicleta. Decidí que sería una bicicleta plegable para poder transportarla en el metro o en el camioncito cuando lo deseara. Introducirme al mundo de las bicicletas plegables fue bastante decepcionante (algo así como una decepción amorosa de la adolescencia o perder el camioncito). Buscando en internet, me di cuenta de que mi miserable presupuesto no me daba para comprarme una de esas bicicletas que al aplaudir se doblaba formando un diseño inspirado en el origami japonés.

Formado en prepa 7, recordaba mis andanzas por las tiendas de bicicletas de San Pablo (en la Merced), así que decidí ir a dar 'el rol'. Afortunadamente, ahí encontré una bicicleta plegable que se adaptaba a mi presupuesto. No hacía la gracia de convertirse en una escultura de origami al aplaudir, pero cumplía con la función deseada. Mi segunda bicicleta fue una Benotto Tanger rodada 20 que acondicioné con cositas para que se viera más mona y fuera más funcional. Aquí una imagen de esta chulada:




A diferencia de mi Inixia, la Tanger era super, super, ..., super cómoda para la ciudad. Fácilmente superaba la velocidad de una bicicleta de montaña de mayor tamaño a pesar de que sus rueditas fueran pequeñas (rodada 20' versus 26'). Esto lo comprobé a grosso modo (sin análisis estadístico ni nada) durante cada paseo Muévete en bici (comparándome con otras/os ciclistas) y recordando mi experiencia previa.



¡Adiós camioncito!

Corría el año de 2014 y por aquellos entonces, no solamente había vuelto al paseo Muévete en bici, también había dado pie a otro de mis sueños: volver a estudiar italiano (cosa de la que hablaré en otra entrada del blog). Superado el tema presupuestal gracias a una escuela muy buena y económica que se encontraba cerca de casa, mi sueño de hablar como Gianluca Grignani comenzaba a hacerse realidad.


Solamente había un problema: el horario. Del trabajo a la escuela de idiomas hacía más o menos 1 hora 30 minutos. Casi siempre hacía el tiempo exacto llegando 10 minutos antes o 10 minutos después (a veces hasta 20 minutos después dependiendo del tráfico). Era muy frustrante que hiciera más tiempo en el camioncito que en la clase de italiano.

¿Y la Tanger? Bueno, la Tanger viajaba en el camioncito. Me servía muy bien para trasladarme por la zona céntrica de la ciudad sin tener que usar micros, camiones, metro y otras formas de movilidad; sin embargo, nunca había hecho el recorrido de 10 km desde ahí hasta la casa (ni siquiera en día de paseo Muévete en bici, puesto que utilizaba el metro para llevar la bicicleta hasta las inmediaciones de Reforma). La verdad me daba un poco de miedo pasar por tantas calles congestionadas de automovilistas dispuestos a acelerar de 0 a 100 km/h para avanzar 2 metros y no dejar pasar al de a lado ("pos' qué caray, yo primero tú después").

Otro buen día resultó que el camioncito no pasaba y debía llegar a mi clase de italiano porque había examen. Era un examen para pasar del nivel Básico (A3) al Intermedio (B1). Mi sueño de hablar como Gianluca Grignani se desmoronaba conforme pasaba el tiempo esperando el camioncito. Así que tomé la decisión. Desplegué la bicicleta y tomé rumbo a casa. No utilicé la ruta del camioncito, seguí un camino alternativo pasando por calles y otras vías primarias pero que no eran vías rápidas (después entendí la diferencia). Apliqué todos y cada uno de los aprendizajes, experiencias, competencias, etc., adquiridas durante el Paseo y sí, llegué, llegué a la escuela en tiempo, feliz, realizado (como cuando uno se enamora por primera vez en la adolescencia)... ¿Cuál fue el tiempo de recorrido? 30 minutos. ¡30 minutos!


Había nacido un ciclista urbano más.


¿Qué vino después? Bueno, eso lo compartiré en otra entrada. Es hora de seguir trabajando ;)


Con mis mejores saludos sustentables,





Carlo.



Licencia Creative Commons
Bicis, viajes y un camioncito. Mi experiencia en el ciclismo urbano, Parte 1. por Rodolfo Carlo Ríos Mtz. Soto se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://sustentabilidadycafe.blogspot.com/2018/03/bicis-viajes-y-un-camioncito-mi.html.


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